La novela inmortal de Mary W. Shelley resulta siempre una interesante recomendación para la lectura, pero también una sugerente invitación a la reflexión, como sucede en la reseña de dicho libro que hace Athena en nuestro blog comunitario Lecturas Reunidas.
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Corroboro la sensación más que de miedo de lástima que produce la Criatura.
Por otra parte alabo hasta la extenuación la adaptación fílmica de K. Branagh, fidelísima por contraposición a la de Drácula hecha por Coppola, que debería haberse titulado "Drácula de Francis Ford Coppola" y tan panchos.
La peli de Branagh retrata exquisitamente esa angustia existencial (nunca mejor dicho) que aborda a la Criatura cuando paulatinamente va siendo consciente de su abominable naturaleza, y la respuesta malvada de sus actos quizá no sea sino la transposición de su nacimiento no como el acto de amor que suele ser el origen de la vida humana, sino el acto de osadía, el desafío a Dios que supone su creación.
Creo que la genialidad de la obra de Mary W. Shelley reside en su universalidad, en la capacidad de actualización de su mensaje si adecuamos los adelantos de la electricidad, la radiación, la genética... a las sucesivas épocas en las que los avances de la ciencia permiten al hombre continuar jugando a ser Dios, lo que no deja de ser la trasliteración del subtítulo de la novela, pues el mitológico Prometeo, robando el fuego de los Dioses, estaba condenado a soportar las siempre funestas consecuencias de tratar de ser más que lo que somos.
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